Ya ha venido el fotógrafo a hacer un reportaje del cultivo de ostras de Acuicultura del Eo. Tanto salir en la tele del Principado y nosotros apenas teníamos una foto decente. Los chicos estaban trabajando en la depuradora, seleccionando por tamaños la ostra que comeremos estas Navidades. Está preciosa. Tiene todos los crecimientos del verano bien afilados y brilla el nácar con tonos morados y ocres.
Le hemos explicado como funciona el proceso, la tolva donde se vuelcan las ostras desde los poches para su lavado, las cribas de acero a través de las que la pasa y se hace la primera selección... Eduardo y Manolo se afanaban en la cinta ajustando a mano qué ostra va a cada sitio. ¡Al final, vale más el ojo que la criba! En realidad, hasta hace apenas cinco años la selección se hacía totalmente a mano, volcando las ostras en una mesa improvisada con dos caballetes sobre la batea. Nacho va de un extremo a otro del proceso, vuelca los sacos en el inicio y los cose y apila en el final una vez han sido pesados. Al final de la jornada, las que ya han crecido lo suficiente se llevarán a la batea que se utiliza como almacén. La semana que viene algunas se van a Francia. Las que aún no den la talla se devolverán a la ría, de nuevo en poches, a seguir creciendo.
Ya en la zona de envasado, preparamos dos cajas escogiendo las más "guapas", las que serán nuestros modelos, las que van a posar mañana en el estudio con la mejor luz para servir de promoción. Las ostras del Eo van a ser famosas.
Es una jornada de trabajo un poco especial. Vamos a la punta de Castropol y nos embarcamos todos en el chalano de Acuicultura del Eo para recorrer el cultivo. La marea ya ha empezado a subir, nos hemos entretenido más de la cuenta y a lo mejor nos cuesta trabajo llegar hasta allí.
Por ahora, estamos teniendo suerte con el tiempo. Pronosticaban lluvia en todo el norte (¿cuándo no?), pero esta vez tampoco han acertado. Ha amanecido el día con un sol alegre que, entre nubes, eso sí, nos deja ver bastante los colores de la ría del Eo. Un garceta busca su almuerzo entre los botes amarrados en la punta. Hace fresco, pero se está bien.
Recorremos el cultivo y aprovechamos para atar unos sacos y voltear otros. ¡Vaya trabajo!, opina el fotógrafo. Parece verdaderamente sorprendido cuando le contamos que pasan casi dos años desde que metemos la semilla de ostra, del tamaño de una lenteja, hasta que alcanza el tamaño comercial. ¡Vaya trabajo!, repite. ¿Y cuando hace mucho sol? ¿Y cuando llueve? Venimos igual, claro. Por lo menos ahora ya no dependemos tanto de las mareas, que antes eran las que nos organizaban el horario.
El fotógrafo dice que ya tiene material de sobra. Se marcha y quedamos cargando los doscientos sacos que se seleccionarán al día siguiente. De vuelta a la depuradora, carga, descarga y vuelve a cargar. Me vuelvo a preguntar cuántas veces pasará por las manos de los ostricultores cada ejemplar hasta llegar a la mesa. Imposible calcularlo. Han pasado ya varias horas y empezamos a tener hambre. Son casi las tres. Algunos tenemos frío y a Manolo le han calado las botas. Dichosos trajes de neopreno, no duran nada nuevos, las ostras tienen mucho filo y siempre se hace algún agujero al caminar por el cultivo y engancharse entre las parrillas ostrícolas.
Ya falta poco: devolver los sacos a la ría y listo. Bajo con algo de miedo por la escalerilla del Penedón y salto a la cabina de la gabarra para refugiarme del viento. Todos parecen cansados. Eduardo asiente con la cabeza, pensando en otra cosa, seguro, mientras Manolo, subido en el puesto de pilotaje, no sé qué le dice. Se hace sus planes y cuenta y recuenta los sacos seleccionados y los que faltan por seleccionar hasta Navidad. Cinco cormoranes nos miran pasar desde la batea vieja sin apenas inmutarse. Dejamos allí las ostras bebiendo y celebrando sus últimos banquetes en esta ría. El agua nos salpica la cara mientras lanzamos los últimos sacos amarillos junto al almacén. Acaba otra jornada de los ostricultores en la ría del Eo. Hoy comeremos pronto. Sólo son las cuatro. La lluvia ha llegado definitivamente a Castropol.
Le hemos explicado como funciona el proceso, la tolva donde se vuelcan las ostras desde los poches para su lavado, las cribas de acero a través de las que la pasa y se hace la primera selección... Eduardo y Manolo se afanaban en la cinta ajustando a mano qué ostra va a cada sitio. ¡Al final, vale más el ojo que la criba! En realidad, hasta hace apenas cinco años la selección se hacía totalmente a mano, volcando las ostras en una mesa improvisada con dos caballetes sobre la batea. Nacho va de un extremo a otro del proceso, vuelca los sacos en el inicio y los cose y apila en el final una vez han sido pesados. Al final de la jornada, las que ya han crecido lo suficiente se llevarán a la batea que se utiliza como almacén. La semana que viene algunas se van a Francia. Las que aún no den la talla se devolverán a la ría, de nuevo en poches, a seguir creciendo.
Ya en la zona de envasado, preparamos dos cajas escogiendo las más "guapas", las que serán nuestros modelos, las que van a posar mañana en el estudio con la mejor luz para servir de promoción. Las ostras del Eo van a ser famosas.
Es una jornada de trabajo un poco especial. Vamos a la punta de Castropol y nos embarcamos todos en el chalano de Acuicultura del Eo para recorrer el cultivo. La marea ya ha empezado a subir, nos hemos entretenido más de la cuenta y a lo mejor nos cuesta trabajo llegar hasta allí.
Por ahora, estamos teniendo suerte con el tiempo. Pronosticaban lluvia en todo el norte (¿cuándo no?), pero esta vez tampoco han acertado. Ha amanecido el día con un sol alegre que, entre nubes, eso sí, nos deja ver bastante los colores de la ría del Eo. Un garceta busca su almuerzo entre los botes amarrados en la punta. Hace fresco, pero se está bien.
Recorremos el cultivo y aprovechamos para atar unos sacos y voltear otros. ¡Vaya trabajo!, opina el fotógrafo. Parece verdaderamente sorprendido cuando le contamos que pasan casi dos años desde que metemos la semilla de ostra, del tamaño de una lenteja, hasta que alcanza el tamaño comercial. ¡Vaya trabajo!, repite. ¿Y cuando hace mucho sol? ¿Y cuando llueve? Venimos igual, claro. Por lo menos ahora ya no dependemos tanto de las mareas, que antes eran las que nos organizaban el horario.
El fotógrafo dice que ya tiene material de sobra. Se marcha y quedamos cargando los doscientos sacos que se seleccionarán al día siguiente. De vuelta a la depuradora, carga, descarga y vuelve a cargar. Me vuelvo a preguntar cuántas veces pasará por las manos de los ostricultores cada ejemplar hasta llegar a la mesa. Imposible calcularlo. Han pasado ya varias horas y empezamos a tener hambre. Son casi las tres. Algunos tenemos frío y a Manolo le han calado las botas. Dichosos trajes de neopreno, no duran nada nuevos, las ostras tienen mucho filo y siempre se hace algún agujero al caminar por el cultivo y engancharse entre las parrillas ostrícolas.
Ya falta poco: devolver los sacos a la ría y listo. Bajo con algo de miedo por la escalerilla del Penedón y salto a la cabina de la gabarra para refugiarme del viento. Todos parecen cansados. Eduardo asiente con la cabeza, pensando en otra cosa, seguro, mientras Manolo, subido en el puesto de pilotaje, no sé qué le dice. Se hace sus planes y cuenta y recuenta los sacos seleccionados y los que faltan por seleccionar hasta Navidad. Cinco cormoranes nos miran pasar desde la batea vieja sin apenas inmutarse. Dejamos allí las ostras bebiendo y celebrando sus últimos banquetes en esta ría. El agua nos salpica la cara mientras lanzamos los últimos sacos amarillos junto al almacén. Acaba otra jornada de los ostricultores en la ría del Eo. Hoy comeremos pronto. Sólo son las cuatro. La lluvia ha llegado definitivamente a Castropol.
Un trabajo interesante, ya se un poco más sobre cultivo de ostras.
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