Mi madre suena agobiada al teléfono. Su tono, ya con el primer “hija...”, me alerta de que algo no va bien. —Es sobre la exposición de tu hermano, me dice. Salta otra alerta más. — ¿Qué ha pasado?, me asusto. ¿Algo va mal? —No, hija. Es que yo no entiendo nada, no lo entiendo. He leído bien la nota de prensa y nada, no lo entiendo. ¿Y ahora cómo voy yo a explicarlo? La tranquilizo, —mamá, tú no tienes que explicarlo. ¿Y a quién se lo quieres tú contar? —No sé, a mis hermanos. ¿Puedes decirme tú de qué va? —Claro, mamá, yo te lo cuento de otro modo, a ti y a quien haga falta.
Es arte digital: fotografías, vídeos, animación, en tres instalaciones. Mi hermano expone en la Galería Hilario Galguera su trabajo de los dos últimos años sobre la representación del tiempo en los mundos virtuales. Esos que aún nos suenan a chino porque nos cuesta hacernos a la idea de que ya habitamos en ellos durante las cinco o seis horas diarias en que sólo prestamos atención a nuestro propio teléfono. Su proyecto habla también sobre el mercado del arte, sobre la certificación de la autoría y de la propiedad de las obras de arte.
Ha colaborado con empresas de tecnología como Colección NFT y Joy Journey para crear una plataforma que permite comprar obras de arte digital y también obras físicas emparejadas con sus certificados mediante un chip. Imagina un QR pero físico, con circuitos electrónicos, que añadido a un objeto te permite ver quién lo creó, a quién pertenece, cuándo se ha vendido y comprado y todos los detalles que se quieran añadir.
Ahora, en lo que se conoce como Web3, la información está distribuida, en lugar de almacenarse en un solo ordenador de alguien, queda repartida en muchos nodos, puntos de una gran red, de tal manera que los acuerdos y las transacciones económicas quedan documentadas con marcas de tiempo y no se pueden alterar a posteriori, tan solo añadir más datos.
Una revolución con muchas utilidades que aún están por ver. Sirve, por ejemplo, para que el consumidor sepa de dónde procede la tela con que está hecha su ropa, o el café que se bebe, pero también para establecer acuerdos comerciales transparentes o para que los creadores obtengan una retribución por su trabajo cuando su obra se vende una vez tras otra. Servirá para lo que queramos que sirva, ojalá que para que el mundo sea más justo y amable.
Pero me alejo del tema. La tecnología no es lo único importante en esta exposición. El arte puede usar herramientas nuevas para hablar de temas eternos que nos tocan muy de cerca. Esta exposición habla del tiempo, de un tiempo irremplazable, del que se nos escapa entre los dedos durante un fin de semana, cuando crecemos o envejecemos tan rápido, del que transcurre como una sucesión de eventos perceptibles o no, y que medimos y valoramos como podemos. Del que se nos viene encima y nos aprieta tanto a veces con sus urgencias, del tiempo que algunos poseen de sobra y otros apenas. Del tiempo que empleamos en ganarnos la vida y del que dedicamos a los proyectos propios y ajenos. Del que compartimos con otros, del que regalamos sin esperar nada a cambio, del que defendemos a capa y espada.
Este proyecto está encaminado a construir un mundo virtual del tiempo, Tempoland, cuya propiedad estará repartida y cuyas utilidades iremos definiendo, poco a poco, entre todos. Porque “somos criaturas hechas de tiempo y estamos empezando a organizarnos para ser dueños de nuestro futuro”. Y si quieres participar, acércate a la exposición y cómprate un pedazo de Mar abierto o un minuto irremplazable con el móvil.
Ah, y luego está la belleza...
Castropol, 5 de diciembre de 2023
Nuria Núñez Gasco (ostricultora, redactora y traductora Artista-Español, Español-Artista)